Folcloristas Chilenos Biografías, MARGOT LOYOLA - BIOGRAFÍA 1ª PARTE, folclore chileno, folclore, Chile

07.08.2014 18:56

Folcloristas Chilenos Biografías

MARGOT LOYOLA - BIOGRAFÍA - Primera parte

 

MARGOT LOYOLA.-

Margot Loyola es, junto a Violeta Parra, una de las dos grandes maestras del folclor

chileno. Dedicada a la investigación y la enseñanza, contribuyó a renovar esa música al

impulsar el trabajo de campo en los grupos de proyección folclórica de los años '50,

difundió y estudió estas tradiciones en Europa y América y es la única folclorista que ha

ganado el Premio Nacional de Arte, reconocimiento que recibió en 1994.

 

Sus padres fueron Recaredo Loyola, bombero y comerciante, y Ana María Palacios, hija de un

farmacéutico de Linares. Margot Loyola trajo la música en los genes cuando nació en esa

ciudad el 15 de septiembre de 1918. Su madre, aficionada a la música y la pintura, cantaba y

tocaba guitarra y piano. Y su padre, aficionado a la juerga, era un aventurero. Mientras

ella le hizo tomar clases de piano, él la llevó al circo y la ópera, donde la niña se

deslumbró a los nueve años con el oficio de cantante.

 

‘‘Mi padre era un personaje. Inquieto, compraba y vendía propiedades en los alrededores de

Linares, así que estábamos un tiempo en el pueblo y otro en los campos. De este modo

recorrimos toda la zona. Mis primeros recuerdos son los caminos, los árboles, la música de

la naturaleza y del silencio’’, recuerda Margot Loyola en un diálogo con el investigador

Agustín Ruiz. Igualmente tempranas son sus impresiones de las cantoras de tonadas con arpa y

guitarra de San Antonio que visitaba con su madre.

 

La familia se disgregó cuando ella tenía diez años. Los cuatro hermanos, Margot, Estela,

Juan Recaredo y Marco Aurelio Loyola, vivieron con el padre en Santiago mientras su madre

empezaba a trabajar en farmacias de la ciudad: en la Plaza del Roto Chileno, en Curacaví y

más tarde en Recoleta. Margot Loyola vivió en esos vecindarios, jugó en esa plaza, creció en

San Pablo y en Curacaví. Vivía en el barrio de Cumming cuando cursó el sexto año de

preparatoria en la Escuela 21 de la misma calle y se presentó por primera vez en un teatro,

el O’Higgins, de Cumming con San Pablo. Cantaba canciones en boga como ‘‘La bella

condesita’’, ‘‘Fumando espero’’ o ‘‘Nelly’’ y no tenía más de trece años.

 

Las Hermanas Loyola

A comienzos de los años '30 Estela y Margot Loyola empezaron a cantar juntas en lo que la

hermana mayor llama la ‘‘trasbotica’’: el cuarto interior de la farmacia de Curacaví, que

fue la sala de ensayo donde la madre les enseñó a cantar a dos voces y a tocar guitarra y

piano.

 

El primer escenario del dúo fue el teatro de Curacaví, según recuerda Margot. Hacia 1933

ganaron un concurso en la Radio Del Pacífico, cuyo director artístico era el compositor

Donato Román Heitman. Tenían trece y catorce años. En la época imperaban Los Cuatro Huasos,

Las Hermanas Orellana y las obras costumbristas de Antonio Acevedo Hernández, y Las Hermanas

Loyola actuaban ataviadas con trajes floreados y cantaban tonadas tradicionales aprendidas

de su madre como ‘‘El imposible’’, además de ‘‘Peritas de agua’’, el villancico ‘‘Yo vengo

del Colliguay’’ y la refalosa ‘‘Diablito de Talamí’’.

 

Margot dejó en 1935 la Escuela Normal para dedicarse al folclor. Estudiaba danza con

Cristina Ventura y, además del dúo, tomó sus primeras lecciones de piano con Flora Guerra,

se presentó al Conservatorio Nacional de Música ante Rosita Renard y estudió con Elisa Gayán

desde 1936 por siete años. Tocaba en piano en bailes y las hermanas eran además discípulas

de la cantante lírica Blanca Hauser.

 

En el mismo 1936, en el Conservatorio, Margot Loyola conoció a la poeta Cristina Miranda e

hizo con ella sus primeros viajes de recopilación a pueblos cercanos a Santiago. Conoció a

las cantoras Anita Cantillana en Alhué, Purísima Martínez en Pomaire y las hermanas Bermúdez

en Colliguay, y recorrió Rari, Cantentoa, Quinchamalí y Caleu. Parte de ese repertorio fue

recreado por Las Hermanas Loyola en teatros y universidades, pero también en chinganas y

rodeos como los de Pichidegua, Rancagua, Osorno, San Javier, Parral y Linares y San

Fernando, donde Margot Loyola se formó como bailarina de cueca.

 

En 1940 la madre compró la farmacia Venus, en la esquina de las calles Santos Dumont y

Recoleta en la capital: el mismo barrio de Los Cuatro Hermanos Silva. Conocieron a músicos

como Carlos Mondaca, de Los Cuatro Huasos, o a los escritores Mariano Latorre y Antonio

Acevedo Hernández, quien les dedicó un primer artículo en la prensa. Y las oyó el musicólogo

Carlos Isamitt, quien las invitó al Instituto de Investigaciones Folklóricas de la

Universidad de Chile, donde Margot Loyola conoció a estudiosos como Eugenio Pereira Salas,

Carlos Lavín y Pablo Garrido. El dúo grabó en la colección de diez discos Aires

tradicionales y folklóricos de Chile (1944) junto a Las Hermanas Acuña, a Elena Moreno y

otros cultores sureños reunidos por Isamitt, y actuaron en giras nacionales programadas por

el Instituto. Pero en 1950 Estela Loyola abandonó la música y el dúo terminó. En adelante

Margot Loyola seguiría sola.

 

La escuela y los viajes

En 1949, tras verla bailar una cueca, el rector de la Universidad de Chile, Juvenal

Hernández, invitó a Margot Loyola a dictar las anuales Escuelas de Temporada: cursos

intensivos de un mes de duración que mantuvo hasta 1963 y fueron la cuna de grupos como

Cuncumén y Millaray y, por extensión, de los ballets folclóricos Loncurahue, Pucará y

Aucamán, precedente del actual Bafona.

 

La folclorista compartió quehaceres con Oreste Plath, también profesor de esos cursos, y

trabajó en ellos con Matilde Baeza, profesora de guitarra y canto y bailarina de cuna

campesina. Las Escuelas tuvieron otro efecto al extenderse por Chile: le permitieron iniciar

su investigación más sistemática. En 1952 Margot Loyola fue a Iquique, La Tirana y Andacollo

a estudiar la danza ritual nortina con Rogelia Pérez y el grupo Morenos de Cavancha, y se

vinculó a Rapa Nui con el arqueólogo Roberto Montandón.

 

En 1951 había hecho su primer viaje fuera de Chile. Partió en tren a Argentina con una carta

de Oreste Plath dirigida a la escritora Marta Brunet, agregada cultural de la embajada

chilena en ese país. Conoció a estudiosos argentinos del folclor como Carlos Vega y Antonio

Barceló. En Montevideo, Uruguay, tomó contacto con los investigadores Sofía Arsarello y

Lauro Ayestarán, y en 1952 llegó a Lima para hacer un estudio comparado entre la resbalosa y

la marinera peruanas con la refalosa y la cueca chilenas.

 

Allí recibió ayuda de Vicente Bianchi para dar recitales, estudió con Porfirio Vásquez,

patriarca de la música afroperuana, fue a Cuzco y Macchu Pichu y conoció al escritor José

María Arguedas, quien la introdujo en la cultura indígena y le dedicó un afectuoso

comentario. ‘‘Margot Loyola, como buena folklorista, está aprendiendo el huayno con los

serranos, escuchándolos, tratándolos, acercándose amorosamente a ellos’’, escribió.

‘‘Desearíamos para la música peruana muchos ejemplos semejantes’’.

 

Vendrían viajes mayores. Entre 1956 y 1958, un año después de la primera gira europea de

Violeta Parra, Margot Loyola viajó a Francia, Polonia, España, Rumania, Unión Soviética y

Checoslovaquia. Compró su primera grabadora en ese viaje. En París estuvo seis meses y se

reencontró en 1956 con Violeta Parra, que cantaba en la boite L’Escale: allí la reemplazó

por dos noches. Se habían conocido a comienzos de los años '50 en una fonda en la que Parra

actuaba en la Quinta Normal, y Margot la había invitado a las Escuelas de Temporada. Su

amistad había derivado en un trato de comadres.

 

‘‘Nos aveníamos mucho en lo humano, porque al igual que yo, era una mujer llena de dudas y

angustias. ¡Nos unieron cosas tan dolorosas! Yo fui madrina de su última hijita (Rosita

Clara Arce), que muere cuando ella tiene que viajar a Europa’’, explica Margot Loyola en su

diálogo con Agustín Ruiz. En 1961 hizo una nueva gira a Europa, junto a Cuncumén, por

Bulgaria, Rumania, Polonia y Unión Soviética. A su regreso cantó con Los Chalchaleros y

Ariel Ramírez en los teatros Astor y Windsor. Ya había hallado en 1958 a su compañero de

vida en uno de sus alumnos, el folclorista Osvaldo Cádiz.